Siguió caminando por la calle el suelo estaba humedecido por la bruma nocturna, y la luna iluminaba -fría- los adoquines. Había llegado esa noche desde Londres. El vuelo había sido agotador. Cerca de doce horas esperando en Buenos Aires, y una vez que abordó el avión de Aerolíneas Argentinas, se dio cuenta que había dejado olvidadas su chaqueta y su notebook en la sala de embarque. Dio un suspiro, mientras se abrochaba el cinturón de seguridad, y estuvo a punto de bajarse. Pero ya era tarde. El avión ya alzaba vuelo.
Sintió su corazón acelerarse, volvía a Santiago de Chile. Había pasado mucho tiempo, también muchas cosas habían pasado. No había pensado en volver a esta ciudad, se había ido muy dolido. Asustado, con ganas de llorar, pero conteniendo ese llanto amargo que aún estaba anidado dentro.
Y había vuelto. Caminaba por las calles invernales de la ciudad que lo había visto nacer. Santiago, como siempre en invierno, se mostraba fría y distante. Las noches de invierno en Santiago son muy solitarias.
Se quedó parado frente a la puerta. Sintió unos zapatos de tacón a lo lejos, y algunos gritos, amortiguados por la distancia. El corazón se le aceleró, y metió las manos en el bolsillo de su pantalón, buscando algo -con manos temblorosas-, sintió sus dedos chocar con las monedas y la desesperación y el desanimo lo abrumó.
Respiró profundo, y exhalo en aire sintiendo las lágrimas aflorar. Frustración. Antes de perder la calma, y echarse a llorar, recordó que sus llaves estaban en el bolso de su notebook, que quedó abandonado en Buenos Aires.
Golpeó la puerta con decisión. Sintió ruidos al otro lado, y al cabo de unos segundos de espera escucho una voz de mujer, insegura, preguntando quien se buscaba.
-Mamá soy yo, abre por favor....
-¿Roberto?- la voz femenina sonaba insegura al otro lado de la madera
-Sí, acabo de llegar. Olvidé las llaves. Abreme pronto Hace mucho frío
La mujer que abrió la puerta tenía el pelo corto, canoso, y una expresión de cansancio y hastío en el rostro. Al ver a Roberto, solamente atinó a abrazarlo.
-Volviste...- la voz era un suspiro.
-Acá estoy mamá, acá estoy...-le pasó la mano por el pelo.
Entró en la que había sido su habitación. El frío de la noche santiaguina se apoderaba del dormitorio, y cuando se deslizó por entre las ropas de cama pudo sentir el hielo en su piel. Cerró los ojos y pensó que al fin había vuelto a casa. Cerró los ojos y se quedó dormido profundamente. Y soñó. Soñó que se reencontraba con Sofía. Que la abrazaba, la estrechaba en sus brazos, como en aquellos viejos distantes días. Y luego, aparecio Bruno. Y pudo sentir esos labios sobre los de él. Esos ojos azules clavados en los suyos. El aroma de Bruno inundó sus fosas nasales.
Abrió los ojos. Sintió un nudo en el estomago. Ya había amanecido. Podía sentir los ruidos de los autos y las micros. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había soñado con Sofía... y con Bruno. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la había besado a ella. Y aún más desde la última vez que lo había besado a él.
La última vez que besó a Sofía fue una noche fría, hace ya tres años. Antes de que ella le confesara haber matado a Bruno. Antes de que ella saltara hacía el lecho del rio. Después de eso, tomó sus maletas y se fue a Madrid, sin tener ningún plan real. Solamente se quería ir. Asustado y con el corazón destrozado. Dejando su pasado atrás, decidido a comenzar de nuevo, lejos de todos los errores que había cometido.
<continuará>
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